domingo, 21 de agosto de 2011

Al Otro Lado del Corazón

Basada en una obra teatral ganadora del premio Pulitzer, ‘Al Otro Lado del Corazón’ -insípido título español para ‘Rabbit Hole’- trata sobre un matrimonio que intenta recuperarse emocionalmente tras la muerte de su pequeño hijo, ocurrido en un fatal accidente. No es el tipo de película que la gente vaya corriendo a ver, y es una pena que así sea porque el cine no solo sirve para entretenernos: también puede confrontarnos con nuestras peores pesadillas y ayudarnos a comprender la conducta de la gente que nos rodea, especialmente aquellos que no son felices, ni son modelos de perfección. Por supuesto que los telefilmes suelen aprovecharse de estas tragedias domésticas para dar mensajes de superación personal o invocar a la unión familiar. Pero ‘Al Otro Lado del Corazón’ es una verdadera película de duelo, de esas que están marcadas por la tristeza, por la pérdida irreparable, y de las que nadie sale sintiéndose una mejor persona. Los realizadores han evitado cualquier coartada sentimental en beneficio de la verosimilitud.

La película se distingue desde un principio, desde que elige en qué momento empezar la narración. Lo más convencional hubiera sido mostrar los días previos al accidente, lo que hubiera sido muy efectivo para convencernos de que antes todo era felicidad. O los días posteriores, incluyendo el velorio, el entierro y todo aquello que inmediatamente nos pondría en un ánimo luctuoso. Ni uno ni lo otro. Han pasado 8 meses desde aquel terrible día en que Danny cruzó la pista persiguiendo a su perro y fue embestido por un carro que pasaba justo frente a su casa. Pero esa información detallada no la sabremos hasta varios minutos después. Si el espectador acude al cine sin conocer la trama, no tendrá idea del sufrimiento que cargan los protagonistas desde el primer minuto. Esto es perfectamente comprensible porque ni Becca ni Howie Corbett (Nicole Kidman y Aaron Eckhart, respectivamente) hablan en voz alta sobre Danny. La intención es que presenciemos cómo esa ilusión de normalidad se va derrumbando, de que es imposible tapar el solo con un dedo. A pesar de que ambos se aman, el suyo es un hogar destruido. 

Para que haya intriga, no solo se requiere de un guión competente –autoría de David Lindsay-Abaire, quien ha adaptado para el cine su propia obra teatral- sino también de un director capaz de reconocer el misterio que encierra una pareja, una familia, una comunidad. Un narrador pero sobre todo un pensador, que sepa intuir hasta qué punto este caso particular nos hace replantear nuestras creencias, nuestros valores, nuestra forma de mirar a los demás. El cineasta independiente John Cameron Mitchell –autor de los manifiestos provocadores ‘Hedwig and the Angry Inch’ (2001) y ‘Shortbus’ (2006)- huye del melodrama, del llanto fácil, y protege a sus personajes del morbo que concita el sufrimiento ajeno. En ese sentido, todos los que acercan a este círculo de dolor (la madre y la hermana de Beckie, los amigos y conocidos de la pareja), juegan un papel importante en la terapia de los Corbett, algunos de manera más responsable que otros.  Mención aparte para el joven artista Jason (Miles Teller), un estudiante con toda la vida por delante y que debe lidiar con el peso de ser el asesino no intencional de un niño. Su inesperada madurez convence a Becca de que es posible sobrellevar cualquier cosa, de que siempre habrá un lugar donde encontrar consuelo. Nicole Kidman –quien además es productora- confirma con esta actuación que es una de las actrices más valientes hoy en día, mientras que Aaron Eckhart da la talla como un noble representante del dolor viril.

CALIFICACIÓN: ****

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