sábado, 17 de septiembre de 2011

Noche de Miedo

En 1985 se estrenó ‘La Hora del Espanto’, escrita y dirigida por Tom Holland, una pequeña película de terror que causó sensación entre el público adolescente, ya que los convertía en protagonistas de una historia de vampiros. Por supuesto, esto fue mucho antes que ‘Crepúsculo’ romantice a los descendientes de Drácula, cuando la mejor defensa era una estaca, un crucifijo y un collar de ajos. Era cuestión de tiempo para que este clásico de culto tenga una nueva versión, aunque del original solo queda la premisa: un joven común y corriente descubre que su misterioso vecino es un vampiro, algo que nadie estará dispuesto a creer, excepto un experto en las artes ocultas. Pero la personalidad de los personajes no es la misma (ahora Peter es un integrado al sistema, su aliado es una celebridad de Las Vegas con pinta de rockero), los acontecimientos tampoco han sido duplicados (el villano sabe desde el inicio que está siendo observado), lo que no es necesariamente un defecto, pero en vista de los resultados habría que preguntarse porqué se molestaron en modificar lo que antes funcionaba. ‘Noche de Miedo’ confirma eso de que más no es necesariamente mejor, de que los efectos por computadora no asustan a nadie, de que Hollywood no sabe qué hacer con Colin Farrell.  

CALIFICACIÓN: *

Baarìa

Hubo una época en la que nombres como Fellini, Visconti, Antonioni y Bertolucci garantizaban la presencia del cine italiano en casi todas las salas del mundo. Hoy siguen habiendo buenos directores –Bellocchio, Olmi, Moretti- pero el único que es capaz de colocar sus películas en el mercado internacional es Giuseppe Tornatore, el hijo predilecto de la industria –o lo que queda de ella- desde su arrollador éxito con ‘Cinema Paradiso’ (1988). Lo irónico es que la credibilidad artística de Tornatore está seriamente mellada -‘Malena’ (2000) y ‘La Desconocida’ (2006) así lo confirman-, pero el hombre sigue gozando de carta blanca para emprender superproducciones como ‘Baarìa’, un fresco histórico que ha costado la friolera de 25 millones de euros. Un presupuesto tan abultado tiene que lucirse en la dirección artística –calles, plazas y ciudades antiguas han sido meticulosamente reconstruidas en estudio-, en el vestuario, en el maquillaje, en las tomas con grúa y en la música de Ennio Morricone. Pero de creatividad artística no queda nada. ‘Baarìa’ es un pobre pretexto para lucir las maravillas turísticas de Italia, para convencernos de que sus niños pobres son los más tiernos, de que su pueblo es sentimental y cinéfilo sin remedio, y que la política es lo único para lo que son negados.

CALIFICACIÓN: **

viernes, 16 de septiembre de 2011

Medianoche en París

El protagonista de la película número 41 de Woody Allen responde al nombre de Gil Pender (Owen Wilson), un escritor norteamericano que llega a París acompañando a su novia (Rachel McAdams) y a sus futuros suegros en un viaje de placer y negocios. En este punto, el mayor conflicto de Gil es decidir si seguirá trabajando como guionista en Hollywood –cosechando elogios e importantes sumas de dinero- o si lo dejará todo para perseguir su sueño de convertirse en autor literario –una empresa arriesgada, tanto en lo económico como en lo artístico. La belleza y la Historia que encuentra en cada rincón lo distraen momentáneamente de las decisiones importantes –entre ellas, su inminente matrimonio- pero será la misma París, a la que tanto idolatra, la que intervendrá mágicamente para que Gil confronte la realidad y tome las riendas de su propio destino.

Hasta aquí, ‘Medianoche en París’ no parece justificar, con su argumento de comedia intelectual, de que haya recaudado más de $100 millones alrededor del mundo, una cifra inédita en la carrera de Woody Allen. En el papel, se trata de una variación más de sus típicos temas y obsesiones –la magia y la fantasía como escape de la rutina, la evocación idealizada de un lugar y una época lejana, la vocación del artista y su lugar en el mundo-, situaciones ya exploradas en ‘La Rosa Púrpura del Cairo’ (1985), ‘Alice’ (1990) o ‘Los Enredos de Harry’ (1997), por mencionar algunos ejemplos, pero ni siquiera el cine de Woody Allen –tan fértil en diálogos y comentarios agudos- depende tanto del guión. La explicación a este suceso inesperado habría que buscarlo en otro lado: en su talante musical, en la calidez de su fotografía, en su humor relajado, en la interpretación romántica de Owen Wilson, tan necesitado de amigos que comprendan su melancolía.
 
‘Medianoche en París’ es la historia de un soñador que conoce la ciudad de sus sueños, y lo que es mejor, descubre que aquello de que “el pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado” puede ser asumido al pie de la letra. Estar en presencia de tus ídolos, de tus héroes desaparecidos, es el sueño de cualquier amante del arte en general, de cualquier persona que se haya conmovido con lo que es capaz de producir la imaginación. Solo aquellos que añoren la existencia hoy en día de un Luis Buñuel o de un Scott Fitzgerald, podrán comprender porqué esta fábula, aparentemente ligera y poco grave, entraña un deseo tan fuerte como inalcanzable. Porque uno no sale de ‘Medianoche en París’ como si hubiera visitado un museo o un cementerio, sino como si hubiera bailado y bebido toda la noche al lado de Cole Porter y Salvador Dalí; ellos han dejado de ser cadáveres, ni siquiera son fantasmas, sino personas mucho más reales y vivas que la mayoría de las que caminan por las calles. Gracias al arte de Woody Allen, la muerte ha sido derrotada por un breve espacio de tiempo, a la manera como Ernest Hemingway concebía el amor.   

CALIFICACIÓN: *****

viernes, 9 de septiembre de 2011

El Inca, La Boba y el Hijo del Ladrón

El experimentado guionista Ronnie Temoche tuvo que esperar varios años para debutar oficialmente como director de cine, siendo quizás el último de su generación –aquella que debió asumir un rol protagónico en la década de los 90- en concretar el sueño del largometraje. Podemos afirmar con satisfacción que el reto de hacer una película peruana que valga la pena es, hoy por hoy, un poco más exigente: Claudia Llosa, los hermanos Vega, Héctor Gálvez, entre otros, han demostrado que nuestra cinematografía es capaz de competir en las grandes ligas, que las puertas de Cannes, Venecia y Berlín no tienen porqué estar cerradas para nuestros compatriotas. Da gusto que afuera hablen del cine de tu país -bien o mal, ya dejó de ser un rumor o un chiste cruel- pero tampoco podemos pecar de triunfalistas. Por eso, cuando veo la ópera prima de Ronnie Temoche, saco la conclusión de que hoy se hace mejor cine en el Perú, pero también de que recién estamos a mitad de un largo camino hacia la excelencia. Hay talento pero hace falta pulirlo.

Desde la elección del título, ‘El Inca, La Boba y el Hijo del Ladrón’ se propone diferenciarse del cine peruano más convencional y falto de ideas, aquel que a corto plazo trajo un poco de taquilla, pero que a la larga terminó sepultando su reputación. A saber, esta no es una película de género, tampoco aparecen conocidas figuras del teatro o de la TV, la mayoría de las escenas son en exteriores, la geografía es costera pero sin atractivo turístico, incluso muchos limeños desconocerán las calles de su propia ciudad.   Los personajes no se caracterizan por hablar mucho o por ser ingeniosos en sus comentarios, por lo que la mayoría de diálogos son simples y escuetos. Tampoco hay un gran argumento dramático ya que son tres historias mínimas que se narran en paralelo: la de un veterano luchador del cachascán llamado El Inca (Carlos Cubas), la de una chica enamoradiza llamada La Boba (Flor Quesada) y la del Hijo del Ladrón y su novia embarazada (Manuel Baca y Evelyn Azabache, respectivamente). Todos ellos abandonan sus lugares de origen y marchan a Lima en búsqueda de un nuevo comienzo.

Pese a que toma distancia de los lugares comunes y de los ganchos comerciales, ‘El Inca, La Boba…’ no es una obra hermética o de difícil comprensión para el público. Todo lo contrario, se podría decir que tiene la simplicidad de una fábula, la ligereza de un relato picaresco. Cualquiera puede encontrar en el rostro del Inca un misterio, en la personalidad de la Boba sensualidad, en el porte del Hijo del Ladrón aflicción. No hacen falta tramas cuando tienes ese tipo de presencias. Temoche sabe que el verdadero patrimonio de la película está en la humanidad de sus actores no profesionales, y los filma con respeto, con cariño, al punto que su condición de gente pobre pasa a un segundo plano. Por supuesto que son los grandes olvidados del progreso, pero sus carencias afectivas causan heridas más profundas que cualquier bastonazo de la policía. Eso no quiere decir que sean generosos y nobles dada su condición humilde. Porque así como algunos de ellos pueden ser encantadores –como la pastora anciana (Ana Cecilia Natteri) que aparece de la nada en medio de la noche-, la mayoría de veces tropezamos con sujetos violentos, abusadores, intimidantes, como el vecino desconfiado que interpreta Jorge Rodríguez Paz, encargado de traer abajo las ilusiones hogareñas del Inca. Los conflictos dramáticos son algo abstractos pero el humor popular y la inocencia de los personajes hacen disfrutable la película, que además se anota sólidos puntos en el departamento técnico, por ejemplo música (Pochi Marambio) y fotografía (Micaela Cajahuaringa). Lástima que el desenlace sea tan torpe y apresurado, cometiéndose el error de reunir a los protagonistas de las tres historias en un mismo lugar. Aunque no alcance para sorprender al mundo, siempre es bienvenido un cineasta peruano con actitud.

CALIFICACIÓN: ***

Terror Bajo la Nieve

“Tenemos un helicóptero y un oso polar disecado”. Es posible que el productor le haya dicho esto al director-guionista Mark A. Lewis antes de empezar a concebir la película. Nos encontramos ante la típica película de terror de bajo presupuesto, de esas que nunca habríamos escuchado de no haber llegado a la cartelera peruana. Como siempre, las víctimas son jóvenes inocentes que meten sus narices en el lugar y en el momento equivocado. Uno a uno serán exterminados, hasta que solo quede con vida el personaje más carismático e inteligente, quien sostendrá un duelo a muerte con el o los responsables del baño de sangre. Es cierto, esta película la hemos visto antes y mejor. Sin embargo, hay que anotar que ‘Terror Bajo la Nieve’ tiene sus excentricidades, como introducir al género expresiones como “bioterrorismo” y “bichos prehistóricos”. Esas son cosas que no se ven todos los días, por lo que nos encontramos ante un raro cruce del primer David Cronenberg con ‘La Verdad Incómoda’ de Al Gore. Si usted es activista medioambiental, quizás le interesará verla, pero los demás mortales podremos omitirla sin consciencia de culpa. ¿Qué hace allí Val Kilmer? Pregúntenle a su manager.

CALIFICACIÓN: **

viernes, 2 de septiembre de 2011

La Doble Vida de Walter

“Esta es una foto de Walter Black…”, es lo primero que escuchamos decir a un narrador omnisciente que nos introduce en el drama del protagonista: un ejecutivo de mediana edad que ha caído abismalmente en las garras de la depresión, convirtiéndose en un fantasma, en una triste sombra de la persona que fue alguna vez. Walter Black (Mel Gibson) es una carga para su familia y una amenaza para sí mismo. Cuando su sufrida esposa (Jodie Foster) decide abandonarlo, Walter intenta suicidarse, pero es rescatado a último minuto por un aliado inesperado: un castor de marioneta. No hacen falta mayores explicaciones cuando se tiene un concepto tan asombroso, de esos que abren un abanico de posibilidades narrativas, pero la película de Jodie Foster conoce bien el rumbo y apunta directamente al fondo emocional. Ciertamente el argumento es extraño, parece sacado de una comedia absurda, pero se trata de un drama familiar asentado en las relaciones humanas, al igual que ‘Mentes que Brillan’ (1991) y ‘Home for the Holidays’ (1995), los anteriores trabajos de Foster como directora. Pocos hubieran apostado que la historia de un hombre maduro obsesionado con un muñeco pudiera ser tomada en serio.

“Esta es una foto de Walter Black…” insiste el narrador en off, pero ahora nos hallamos en otro momento de la película. Walter ha logrado sobrellevar su depresión apoyándose en el Castor, pero a costa de un precio elevado: el alejamiento de sus seres queridos.  Hombre y títere se han vuelto uno solo, se acompañan a cada rato y a todos lados, pero lo que no está claro es quién hace hablar a quién. Lo que en un principio podía tener algo de gracia, incluso ser aceptado como la excentricidad un millonario chiflado, ya no provoca ninguna sonrisa sino honda preocupación. El Castor ha suplantado a la familia y la depresión de Walter está cada vez más cercana a locura. ¿Estaremos a puertas de un drama clínico? La respuesta quizás sea afirmativa para el que quiera verlo de esa manera (¡cuántos cine-forum saldrán de ella!), pero los que apenas estamos interesados en la psiquiatría sacaremos nuestra propia lectura y será tan válida como la de un experto. Sospecho que para Jodie Foster este escenario hipotético es el más deseado. Existe un equilibrio entre la rigurosidad científica del caso y las necesidades dramáticas del filme. Romantizar una enfermedad mental es común en Hollywood, pero ‘La Doble Vida de Walter’ no es una película complaciente. Es sincera hasta que te llega a doler.  

Revisando las críticas en contra (un ejercicio que acostumbro hacer), me he quedado con la impresión de que coinciden en un punto específico: una premisa tan extravagante, exigía una puesta en escena igual de impredecible, como si en manos de un autor más provocador (Lynch, Solondz, pónganle el nombre que quieran), esta obra hubiera sido un derroche de creatividad. ¿Se puede acusar a ‘La Doble Vida de Walter’ de ser impersonal? ¿O acaso podemos hablar de un prejuicio hacia los melodramas familiares? No olvidemos que este debía ser el reality de Mel Gibson, su exorcismo público, su oportunidad de soltar su verdadero “yo” ante las cámaras. Pero Walter Black, con todas sus manías y defectos, está lejos de ser el sujeto indeseable que los medios han convertido al actor de ‘Mad Max’ (1979). El esperado freak show nunca llega a celebrarse, en cambio somos testigos de la soledad de un hombre incapaz de abrazar la vida y que sufre por ello. La posibilidad de un final feliz es cada vez más improbable para el desdichado Walter, y hay que darle la razón a su hijo mayor (una versión más joven y más sabia de su padre) cuando afirma, sin amargura, que “las cosas no siempre salen bien”. Entonces, cuando todo ha fallado, solo queda perdonar al mundo, perdonarse a uno mismo, y reconocer que la humanidad tiene derecho a ser imperfecta.

CALIFICACIÓN: ****

Juego de Traiciones

Basada en una historia real, este thriller político cuenta la historia de Valerie Plame (Naomi Watts), una agente secreta de la CIA cuya identidad fue filtrada a los medios cuando aún se encontraba en actividad. Esta información fue propagada por orden del gobierno, como represalia a las denuncias del esposo de Valerie –el diplomático Joseph Wilson (Sean Penn)- quien acusó al presidente George W. Bush de fabricar pruebas para justificar la invasión de Irak. Estamos ante la típica película de denuncia y lucha contra el sistema, al estilo de Hollywood. Los halcones de derecha no querrán saber más sobre ‘Juego de Traiciones’ –posiblemente acusen a Valerie Plame y a Joseph Wilson de ser “caviares”-, pero eso no quiere decir que sea necesariamente una buena película. Hay que reconocerle oficio y buenas actuaciones, por allí un uso oportuno de las fuentes periodísticas verdaderas –es ficción, pero la documentación es aprovechada a la manera de un documental-, pero se echa de menos densidad dramática, profundidad en el retrato de la vida conyugal (resulta increíble que la presencia de los hijos pequeños apenas se note). Todo pasa demasiado rápido, no hay momento para la pausa, como si en la sala de montaje se hubieran propuesta cortar las tomas cada 5 segundos. Este método puede funcionarle al director Doug Liman con ‘La Identidad Bourne’ (2002) y ‘El Señor y la Señora Smith’ (2005) –qué curioso, todas son de espías- pero cuando no hay balaceras ni persecuciones, hay que esforzarse por ser más comprometido con los personajes. Al final, mucho ruido y pocas nueces; es una carrera por saber quién es el mejor patriota.

CALIFICACIÓN: **

martes, 30 de agosto de 2011

El Planeta de los Simios: Revolución

Nadie se hacía ilusiones con la nueva película de ‘El Planeta de los Simios’, sobre todo después de lo mucho que le costó a Tim Burton sacarse encima las comparaciones desfavorables. ¿Porqué las cosas tendrían que ser distintas diez años después? Si el clásico de 1968 continúa despertando reverencia, poco sentido tiene una nueva versión. Difícil imaginarse a un ejecutivo de Hollywood razonando de esta manera, sobre todo cuando está impaciente de resucitar una franquicia valorada en millones de dólares. Pero la gente del dinero no es tonta, sabe cuando llega el momento de tomar riesgos y apostar por la calidad. Pasó antes con ‘Batman Inicia’ (2005) y ahora con ‘El Planeta de los Simios: Revolución’. Se trata de empezar todo de nuevo, profundizar en el estudio de personajes y ofrecer un espectáculo de magia sin perder en el camino una dosis de humildad. Traer a un joven director foráneo también ayuda a mantener el perfil bajo. Aquí la responsabilidad recayó en el inglés Rupert Wyatt, quien antes había dirigido el drama independiente ‘The Escapist’ (2008), que tuvo tantas críticas buenas como pocos espectadores. El resultado ha sido alabado en todos lados, y lo mejor que se puede decir de ella es que la saga ha dejado de ser un artefacto nostálgico para mirar hacia el futuro. 

La primera sorpresa es que, en esta película, los monos están lejos de mandar sobre la Tierra. Desde la primera escena –la persecución y captura de un grupo de primates en la jungla- se establece de que son una especie esclavizada por los humanos, quienes no muestran ningún asomo de compasión, los encierran o disparan sobre ellos, hasta que James Franco decide perdonarle la vida a un simio recién nacido que debió ser sacrificado. El actor de ‘127 Horas’ (2010) interpreta a un científico que busca desesperadamente la cura para el Alzheimer, enfermedad que consume gradualmente a su padre (John Lithgow). Cuando su conejillo de indias empieza a mostrar una inteligencia excepcional, Franco decide probar la misma medicina con su padre, una medida temeraria y al borde de la legalidad. Pero no había nada que perder y mucho que ganar, tal como lo demuestra la recuperación casi milagrosa del paciente. La ciencia parece haber triunfado sobre la muerte, pero sospechamos que esa conquista es efímera. César (el simio adoptado) continúa desarrollando su inteligencia, y la línea que lo separa de los humanos es cada vez más tenue. ¿Se puede seguir llamando animal a un ser que se pregunta cuál es su origen? En este punto, parece que César va a convertirse en un Frankenstein con cola: es prácticamente un monstruo, una aberración de la naturaleza, él mismo es consciente de ello. Cuando los hombres juegan a ser dioses, siempre hay un precio que pagar. El punto de quiebre es que César no está dispuesto a ser el sacrificado.   

En el fondo, es una cuestión de justicia. La revolución se ha ido incubando desde el primer abuso cometido contra los simios (nada más y nada menos que contra la madre de César), y solo hacía falta un líder, un caudillo, para poner al sistema en jaque. Ese personaje es César y no hay duda de que la historia que estamos viendo le pertenece: es la biografía de un personaje ficticio más grande que la vida. Como en muchas otras narraciones de este tipo –‘Espartaco’ (1960), ‘Gladiador’ (2000), ‘Mongol’ (2007)-, el libertador de un pueblo oprimido tiene que haber sufrido en carne propia la esclavitud y el genocidio de los suyos. Y como si fuera Enrique V, pero cubierto de pelos, César aprenderá cómo ser un rey legítimo, lo que también implica romper algunos lazos afectivos. ‘El Planeta de los Simios: Revolución’ es una declaración a favor de la libertad, y su estreno no pudo ser más oportuno, en momentos que las masas toman las calles de Trípoli y Santiago de Chile. Por cierto, Andy Serkis merece recibir un Oscar honorario por su actuación de César, pero también por lo que hizo antes en  la trilogía de ‘El Señor de los Anillos’ y en ‘King Kong’ (2005). El popular Gollum es el primer gran actor de la era digital.

CALIFICACIÓN: ****

Linterna Verde

El 2011 venía siendo un buen año para las películas de superhéroes –‘Thor’, ‘X-Men: Primera Generación’, ‘Capitán América’- pero siempre hay una excepción a  la regla. La crítica norteamericana no tuvo piedad con este personaje de DC Comics en su primera aventura cinematográfica –se dice que la franquicia no va más- pero tampoco seamos injustos con Linterna. Es cierto que esperábamos más de este superhéroe –sobre todo después de lo que hizo Jon Fraveau con ‘Iron Man’ (2008), modelo de adaptación inteligente y divertida- pero tampoco podemos dejar de señalar algunas de sus virtudes: una primera hora con buen ritmo, un protagonista carismático (Ryan Reynolds no desentona) y que resulta ser más complicado de lo que aparenta. Las imágenes tienen los colores de una paleta dulce, pero el sabor se pierde desde que la acción se traslada al planeta de las linternas verdes. Los niños no se aburrirán, pero los adultos tendrán mayor conexión emocional con cualquier episodio de los Súper Amigos. Es así de light.

CALIFICACIÓN: **

viernes, 26 de agosto de 2011

Destino Final 5

La saga de ‘Destino Final’ se ha convertido en una de las franquicias más rentables de la industria, al punto que desde el 2000 se han hecho cinco películas, las dos últimas en 3D, y todo indica que ni siquiera hemos llegado a la mitad de su ciclo comercial. Por supuesto que no todas han mantenido el mismo nivel cualitativo, pero el concepto que hace girar el negocio es tan fácil de entender, que cada guión se escribe por sí solo. Lo único que se necesita son un grupo de jóvenes yanquis –quizás lo último en su lista de prioridades sea morirse- que tenga la desgracia de coincidir en el lugar y en la hora equivocada. Nuestros protagonistas están marcados para morir, pero una premonición evita que se vayan todos juntos. Pero la parca no sabe lo que es perder y regresará para llevárselos, uno por uno, más temprano que tarde, sin que haya nada que pueda impedirlo. Lo extraordinario de esta serie es que la posibilidad de un final feliz está totalmente descartada. ¡Y el público exige eso! Hemos pagado una entrada para verlos morir lentamente, en eso hay algo o mucho de morbo, pero también está presente el deseo instintivo de encarar lo ineludible. No es tortura porno, sino existencialismo puro. Aún así, siempre hay la posibilidad de introducir variaciones, de no limitarse a repetir una fórmula sin aportar alguna pizca de imaginación. ‘Destino Final 5’ ha llegado más lejos que ninguna de sus predecesoras en explorar las posibilidades creativas de una fantasía macabra pero extrañamente lúdica, donde no solo sabemos de antemano cómo va a terminar la película, sino el orden exacto en que se irán produciendo las fatalidades.

Bajo la fachada de una película de terror para adolescentes, ‘Destino Final 5’ es una obra subversiva e insólita, no solo por lo que muestra sino también por lo que sugiere. Esto puede parecer paradójico considerando que la descripción de la violencia es bastante explícita, que cada escena de muerte ha sido filmada sin escatimar detalles grotescos. Aquí ocurren cosas terribles, accidentes y desastres de esos que sustentan nuestras pesadillas. Pero la manera tan exagerada, tan absurda como se producen las tragedias, encamina la lectura hacia otros terrenos alejados de lo fantástico, rozando por momentos la parodia, pero acercándose finalmente al surrealismo en su visión apocalíptica de la civilización. Cada espacio usado como escenario -puentes, aviones, oficinas, fábricas- es violentado, destruido y convertido en chatarra. No sostengo que el director Steven Quale –protegido de James Cameron- haya estado pensando en el manifiesto surrealista de André Breton o en el cine de Luis Buñuel, a la hora de planificar el rodaje, pero hay una intención indiscutible de burlarse de la lógica racional, de sublimar nuestros miedos latentes, hasta que la muerte se convierta en un gran parque de diversiones. Todo aquello que no podemos controlar, que escapa a nuestras previsiones, robustece a ‘Destino Final 5’, convirtiéndose en una celebración del caos y la anarquía. Si el cine es capaz de permitirnos estos momentos de catarsis, entonces es bueno para la humanidad. Porque desacralizar a la muerte es un derecho universal y si los mexicanos tienen su Día de los Muertos, entonces Hollywood tiene ‘Destino Final 5’. No todos los días se encuentra algo tan desquiciado, en donde una mujer salte por la ventana cuando está a punto de ser rescatada, o que un hombre perezca en pleno tratamiento de acupuntura. Y es que cuando te llega la hora, ni siquiera estás a salvo en un spa.

CALIFICACIÓN: ****

Cowboys y Aliens

Definida por sus propios guionistas como ‘Los Imperdonables’ con extraterrestres, ‘Cowboys y Aliens’ –basada en la novela gráfica del mismo nombre- ofrecía un concepto de lo más irreverente, por no decir desconcertante: mezclar dos géneros aparentemente incompatibles, uno de ellos relacionado con el pasado de Hollywood y el otro con su futuro. Pero sus productores le vieron potencial de blockbuster, y apostaron por un grandioso espectáculo de acción y efectos especiales. Decisión equivocada. Tras una primera media hora promisoria, ‘Cowboys y Aliens’ extravía la brújula y se convierte en un filme aparatoso, sin sentido del humor. Luego de que Daniel Craig –en una buena imitación de Clint Eastwood- recupera parcialmente la memoria y es identificado como el bandolero Jake Lonergan, su personaje se transforma de un sujeto peligroso en un héroe romántico de novela rosa. Quizás solo debió llamarse ‘Cowboys’.

CALIFICACIÓN: **

La Otra Familia

¿Quién dijo que ya no se hacen melodramas? El director mexicano Gustavo Loza abraza el folletín hasta las últimas consecuencias en ‘La Otra Familia’, firme candidata a ser la película más intencionalmente cómica y ridícula del 2011. Te hace frotar los ojos de incredulidad. En lo que parece ser el apresurado resumen de una telenovela progre, se presenta el caso de Hendrix (Bruno Loza, hijo del director y aparentemente sedado en todas sus escenas), un niño abandonado por su enloquecida madre, una pobre adicta al crack, y acogido con los brazos abiertos por una pareja de homosexuales recién casados, millonarios y nobles. Por supuesto que no faltan los personajes populares, los “buenos salvajes” que velan por la virilidad del moderno Oliver Twist (“Hendrix, ¡pon cara de machito!”). Aquí no se trata de defender una causa, sino de contar una historia con un mínimo de verosimilitud. Por eso dicen que el infierno está lleno de buenas intenciones.

CALIFICACIÓN: *

Amador

Dirigida por Fernando León de Aranoa, ‘Amador’ parte de una premisa que puede irritar a cualquier espectador ávido de verosimilitud: una mujer esconde por varios días el cadáver de un anciano para no perder su trabajo como enfermera. La necesidad la empuja a tomar esta decisión tan extraña. Ese es, en resumen, el argumento de ‘Amador’, película que -sin revelar ningún spoiler- lleva el nombre del infortunado hombre cuyo cuerpo sin vida es custodiado por Marcela (Magaly Solier), una emigrante que lleva en su vientre a un bebé. Marcela es una mujer en problemas: ignorada por el marido (Pietro Sibille), abrumada por la culpa, temerosa de ser descubierta por los vecinos y familiares del finado. Sin embargo, Marcela está decidida a continuar adelante con su plan, hallándose a sí misma. Aunque no convence por su exceso de simbolismos, ‘Amador’ es un trabajo serio y arriesgado, que se sostiene gracias a su actriz principal.

CALIFICACIÓN: ***

Los Pitufos

Antes de ingresar a la sala, recuerde que el filme se llama ‘Los Pitufos’ y trata sobre unos seres diminutos de color azul. Es decir, hay que ir con la disposición de ver una fantasía apta para todos y sin ninguna otra pretensión que entretener a los niños y a sus padres. Eso no implica que el espectador esté obligado a soplarse cualquier barbaridad, pero si le cuesta creer que los pitufos son encantadores, o si se identifica secretamente con Gárgamel, entonces no pierda su tiempo. El que escribe estas líneas creció leyendo las historietas de Peyo, viendo la serie de dibujos animados y también recuerda haber asistido al estreno de ‘Los Pitufos y la Flauta Mágica’ (1976), allá por 1984, cuando la pitufimanía daba la hora. Le agradezco al director Raja Gosnell por no haber destruido ese recuerdo. Creo que su película sabe rendirle homenaje a un clásico de la infancia, aprovechando el humor slapstick y a Nueva York como la ciudad donde todo es posible.

CALIFICACIÓN: ***

domingo, 21 de agosto de 2011

Al Otro Lado del Corazón

Basada en una obra teatral ganadora del premio Pulitzer, ‘Al Otro Lado del Corazón’ -insípido título español para ‘Rabbit Hole’- trata sobre un matrimonio que intenta recuperarse emocionalmente tras la muerte de su pequeño hijo, ocurrido en un fatal accidente. No es el tipo de película que la gente vaya corriendo a ver, y es una pena que así sea porque el cine no solo sirve para entretenernos: también puede confrontarnos con nuestras peores pesadillas y ayudarnos a comprender la conducta de la gente que nos rodea, especialmente aquellos que no son felices, ni son modelos de perfección. Por supuesto que los telefilmes suelen aprovecharse de estas tragedias domésticas para dar mensajes de superación personal o invocar a la unión familiar. Pero ‘Al Otro Lado del Corazón’ es una verdadera película de duelo, de esas que están marcadas por la tristeza, por la pérdida irreparable, y de las que nadie sale sintiéndose una mejor persona. Los realizadores han evitado cualquier coartada sentimental en beneficio de la verosimilitud.

La película se distingue desde un principio, desde que elige en qué momento empezar la narración. Lo más convencional hubiera sido mostrar los días previos al accidente, lo que hubiera sido muy efectivo para convencernos de que antes todo era felicidad. O los días posteriores, incluyendo el velorio, el entierro y todo aquello que inmediatamente nos pondría en un ánimo luctuoso. Ni uno ni lo otro. Han pasado 8 meses desde aquel terrible día en que Danny cruzó la pista persiguiendo a su perro y fue embestido por un carro que pasaba justo frente a su casa. Pero esa información detallada no la sabremos hasta varios minutos después. Si el espectador acude al cine sin conocer la trama, no tendrá idea del sufrimiento que cargan los protagonistas desde el primer minuto. Esto es perfectamente comprensible porque ni Becca ni Howie Corbett (Nicole Kidman y Aaron Eckhart, respectivamente) hablan en voz alta sobre Danny. La intención es que presenciemos cómo esa ilusión de normalidad se va derrumbando, de que es imposible tapar el solo con un dedo. A pesar de que ambos se aman, el suyo es un hogar destruido. 

Para que haya intriga, no solo se requiere de un guión competente –autoría de David Lindsay-Abaire, quien ha adaptado para el cine su propia obra teatral- sino también de un director capaz de reconocer el misterio que encierra una pareja, una familia, una comunidad. Un narrador pero sobre todo un pensador, que sepa intuir hasta qué punto este caso particular nos hace replantear nuestras creencias, nuestros valores, nuestra forma de mirar a los demás. El cineasta independiente John Cameron Mitchell –autor de los manifiestos provocadores ‘Hedwig and the Angry Inch’ (2001) y ‘Shortbus’ (2006)- huye del melodrama, del llanto fácil, y protege a sus personajes del morbo que concita el sufrimiento ajeno. En ese sentido, todos los que acercan a este círculo de dolor (la madre y la hermana de Beckie, los amigos y conocidos de la pareja), juegan un papel importante en la terapia de los Corbett, algunos de manera más responsable que otros.  Mención aparte para el joven artista Jason (Miles Teller), un estudiante con toda la vida por delante y que debe lidiar con el peso de ser el asesino no intencional de un niño. Su inesperada madurez convence a Becca de que es posible sobrellevar cualquier cosa, de que siempre habrá un lugar donde encontrar consuelo. Nicole Kidman –quien además es productora- confirma con esta actuación que es una de las actrices más valientes hoy en día, mientras que Aaron Eckhart da la talla como un noble representante del dolor viril.

CALIFICACIÓN: ****

Me Enamoré en Nueva York

Si usted fue uno de los afortunados cinéfilos que vio ‘París Te Amo’ (2006), entonces está familiarizado con el concepto. El productor Emmanuel Benbihy ha patentado una serie de filmes consagrados a metrópolis de los cinco continentes. En cada una de estas películas de episodios, participan directores y actores reconocidos, disponiendo de escasos minutos de exposición para plasmar su amor a la ciudad elegida para la ocasión. La franquicia ha conquistado a un sector del público y pronto será el  turno de Shangai, Río de Janeiro y Venecia. Si la calidad artística se mantiene, o incluso supera las incursiones en París y Nueva York, seguiremos enganchados con el romántico proyecto. 

El grato recuerdo de ‘París Te Amo’ –hay que reconocerlo, ha crecido con el transcurrir del tiempo- se debe principalmente a los cortometrajes de directores como Gus Vant Sant, Nabuhiro Suwa, Olivier Assayas, Wes Craven y sobre todo Alexander Payne, cuyo ‘14e Arrodissement’ era una obra maestra en miniatura. Por supuesto que también estaban los hermanos Coen, Alfonso Cuarón, Sylvain Chomet, Tom Tykwer, Walter Salles, Isabel Coixet, entre otros autores más o menos conocidos, más o menos talentosos, pero que cumplían con lo más importante: ofrecer variedad y distintas interpretaciones sobre lo que puede hacerse en escasos 6 u 8 minutos de metraje.

En ‘Me Enamoré en Nueva York’ se ha reducido la cantidad de autores, y el menú no es tan apetecible como el de su contraparte parisina. No son los grandes nombres que iluminan la competencia de los festivales de cine europeos (con la posible excepción del alemán Fatih Akin), pero a costa de este recorte, se ha ganado un mayor sentido de unidad, por lo que estas viñetas están intercomunicadas de manera más orgánica. La mano del productor es evidente, pero no como un defecto sino como un valor agregado. Es por eso que no hay grandes desniveles entre las viñetas desarrolladas, o estos se sienten menos; la película fluye con naturalidad bajo el sólido peso de su idea original. 

Pese a que veo con buenos ojos la franquicia creada por Emmanuel Benbihy, también soy consiente de sus limitaciones, de su tufillo culturoso, y comprendo que tenga sus detractores. Desde luego, hay que estar en un estado de ánimo especial para poder relajarse y disfrutar con algo tan inocuo como ‘Me Enamoré en Nueva York’, un producto comercial antes que artístico, que ciertamente quiere complacer al espectador, que tiende a confundir la belleza con la cosmética. Pero esto no es “la realidad”, hay que entender eso. Es pura ilusión, una fragancia creada por perfumistas de gusto exquisito. Igual hay que reconocer que es trabajo generoso, una celebración del cine y de la vida. 

Las dos mejores historias de ‘Me Enamoré en Nueva York’ son las más opuestas en forma y estilo, están firmadas por Shekhar Kapur y Joshua Marston. En la primera, el autor de ‘Elizabeth’ (1998) adapta un guión original del fallecido Anthony Minghella, acerca de una veterana cantante (Julie Christie) que se hospeda en un hotel que también debe ha conocido épocas mejores. Sus intenciones son secretas, pero hay algo hondamente triste en ella que genera una empatía con el botones (Shia LaBeouf), un joven inmigrante de aspecto enfermizo. Es el episodio más enigmático e irreal, también el más estilizado. Todo lo contrario al de Marston, el mismo de ‘María, Llena Eres de Gracia’ (2004), quien halla poesía en lo cotidiano, observando humor y ternura en la relación de una pareja de ancianos (Eli Wallach y Cloris Leachman) que sale a caminar. 

Otras viñetas logradas y filmadas con sensibilidad –aunque demasiado breves para ser memorables- son las del chino Jiang Wen (con Andy Garcia y Hayden Christensen disputándose a la chica), la del japonés Shunji Iwai (con Orlando Bloom como un músico luchando con Dostoievsky), la del francés Yvan Attal (entretenido duelo verbal entre Maggie Q y el mejor Ethan Hawke), y la de Fatih Akin (con Uğur Yücel como un pintor solitario a punto de desfallecer). La verdad es que incluso los peores cortos –los que corresponden a Allen Hughes, Mira Nair, Natalie Portman- tienen alguna imagen, alguna actuación, algún ímpetu experimental, que las convierte, por lo menos, en placeres culposos. ¡Si hasta Brett “The Rat” Ratner parece haber sido tocado por la inspiración! Sin duda Nueva York nos hace creer en los milagros.

CALIFICACIÓN: ***

La Noche del Demonio

El equipo creativo de ‘Juego Macabro’ –el director James Wan y el guionista Leigh Whannell, ambos procedentes de Australia- se anotan un nuevo éxito comercial –$91 millones de taquilla mundial, nada mal considerando que costó $1.5 millones-, y de crítica –pocas películas de terror obtienen un promedio favorable en Rotten Tomatoes-, con este extraño pero no curioso, oscuro pero no siniestro, thriller sobrenatural de casa embrujada y posesiones demoníacas. Un joven matrimonio (Patrick Wilson y Rosa Byrne) debe enfrentar una situación desesperada cuando su hogar es amenazado por fantasmas, hasta que uno de sus hijos entra en estado de coma sin ninguna explicación. Es entonces que deciden llamar a “los cazafantasmas”, un equipo de seudo espiritistas que, en un abrir y cerrar de ojos, descubren el origen del mal: nada más y nada menos que las proyecciones astrales (¿?). Pudo ser delirante pero tiene pretensiones atorrantes.

CALIFICACIÓN: *

Triste San Valentín

Aunque esté saliendo de la cartelera, el segundo filme de Derek Cianfreance no puede ser obviado tan fácilmente. Ryan Gosling y Michelle Williams ponen todo su talento al servicio de una pareja de jóvenes amantes que atraviesan los momentos más gloriosos y los más dolorosos de una relación sentimental. ‘Triste San Valentín’ es una historia de amor como muchas otras en el mundo real, sus protagonistas pertenecen a la clase trabajadora y no hay ningún villano que se interponga entre ellos, pero está contada con una sinceridad que raramente se encuentra en el cine contemporáneo, incluso en el circuito independiente. Más allá de los característicos desenfoques, jump-cuts, la cámara en mano o la textura granulada de la imagen, ‘Triste San Valentín’ es una obra de espíritu independiente a la manera que John Cassavetes concebía el cine: como una lucha sin tregua entre personas que necesitan expresar sus sentimientos. Imprescindible.

CALIFICACIÓN: ****

jueves, 11 de agosto de 2011

Súper 8

El afamado J.J. Abrams –máximo gurú de la nueva era dorada de las series de TV- inició su carrera como director de cine con dos excelentes blockbusters de verano: ‘Misión Imposible III’ (2006) y ‘Star Trek’ (2009), ambas éxitos en la taquilla pero relativamente menospreciadas por la crítica especializada. Abrams está de vuelta con ‘Súper 8’, otro filme de género que busca satisfacer los gustos del público masivo, pero sin sacrificar sus exigentes estándares de calidad. En esta ocasión, Abrams tiene como aliado a Steven Spielberg, quien oficia de productor y algo más que eso. Cualquier cinéfilo que haya visto el trailer habrá deducido que ‘Súper 8’ es un homenaje al tipo de cine que Spielberg patentó las décadas de los 70 y los 80, en el que la inocencia de la mirada iba de la mano con una generosa cuota de imaginación y efectos especiales. Ello es evidente desde que la historia se remonta a fines de la década de los 70, cuando los niños aún recurrían a su imaginación para pasar el tiempo y casi nunca lo hacían solos. Otras épocas, definitivamente, mucho antes del arribo de la tecnología digital, cuando las películas en formato súper 8 eran indispensables en un hogar de video aficionados.

En 1979, J.J. Abrams tenía la misma edad que los púberes protagonistas de ‘Súper 8’. Tal vez por eso parece conocerlos tan bien. Ellos forman parte del equipo de filmación de ‘El Caso’, un cortometraje de zombis, escrito y dirigido por Charles Kaznyk (Riley Griffiths), un niño regordete que podría llegar a ser el nuevo Alfred Hitchcock u Orson Welles. Pero aquí el verdadero héroe es su fiel amigo Joseph Lamb (Joel Courtney), encargado del maquillaje y los efectos especiales. Una noche, un accidente ferroviario interrumpe el rodaje y casi mata a los cineastas amateurs. De pronto, el pueblo de Lillian se transforma en una base militar, al mismo tiempo que empiezan a ocurrir cosas muy extrañas que alarman a los vecinos. Joseph y sus amigos se hallan en medio de estos acontecimientos y su intervención será decisiva. Contra todo pronóstico, los niños y no la policía ni el ejército serán los llamados a rescatar al pueblo de la destrucción.

Hay dos historias pugnando por imponerse en ‘Súper 8’. La que trata sobre los golfillos y sus esfuerzos por filmar una película “con valores de producción” es extraordinaria. Que una cinta sea más o menos cinéfila, que sea un ejemplo de “cine dentro del cine” no tiene un valor intrínseco, pero ‘Súper 8’ es una bella metáfora sobre lo que significa crear una obra de ficción sin ninguna otra ambición que la de disfrutar el proceso creativo. Hacer cine como si fuera de un juego de niños. ¿No es esa la aspiración de todo director de Hollywood?, ¿cuántos de ellos poseen una actitud tan fresca como la de estos chicos, o la misma capacidad para improvisar sobre la marcha? Como el Spielberg de ‘Encuentros Cercanos del Tercer Tipo’ (1977), J.J. Abrams está en contacto con su niño interior, y su nostalgia por la inocencia del cine es el rasgo más valioso del filme.

Si hacer cine es una aventura apasionante, un escape del mundo de los adultos, salvar al mundo de los aliens es un trabajo tedioso. Esa otra historia en ‘Súper 8’ –la inevitable monster movie-, está contada sin inspiración, resultando en un cúmulo de lugares comunes, objetos misteriosos, persecuciones alocadas, escenas elaboradas de suspenso, pero sin tensión dramática ni poder de asombro. Todo ese despliegue de acción conduce a la reconciliación de Joseph con su padre, ambos distanciados desde la muerte de la madre. La ejecución es tan sobria como conservadora ya que la influencia de Spielberg se ha convertido a estas alturas en un lastre. El pequeño y delicado romance entre Joseph y la actriz Alice (Elle Fanning), nunca debió pasar a un segundo plano. ‘Super 8’ no es el mejor Abrams pero revela otras posibilidades de su talento. Más poder para él.  

CALIFICACIÓN: ***

Capitán América

Ya era hora que el Capitán América tenga una película decente, pese a que los tiempos no son los mejores para los EE.UU. y su credibilidad como nación pacifista sea ilusoria. ¿Cómo seguir creyendo en la nobleza del Capitán América luego de Vietnam, Irak y otras invasiones similares? Es entonces cuando se requiere de toda la magia del cine y el talento de buenos narradores. La película del experimentado Joe Johnston (‘Rocketeer’) respeta el argumento original del cómic de la Marvel, en la que un alfeñique de buen corazón se transforma en un soldado casi perfecto por obra y gracia de la ciencia. Son los años de la II Guerra Mundial y el idealista Steve Rogers busca desesperadamente enrolarse en el ejército, no para matar a Hitler y sus secuaces, ni por la gloria del vencedor, sino por solidaridad con sus amigos y compatriotas que perecen en el frente de batalla. Antes de ser Capitán América, Steve Rogers ya era un héroe moral. Entra en escena el genial Stanley Tucci como el Doctor Erskine y nace un superhéroe…pero no tan rápido. El aspecto visual de la película es absolutamente retro –hasta parece una cinta antigua de Hollywood- pero su sensibilidad es decididamente moderna: Capitán América es explotado y convertido en un mono de propaganda. Entonces no son suficientes las buenas intenciones: hay que ganarse el respeto de los hombres y del recio coronel que interpreta Tommy Lee Jones. Sus dos horas de metraje se pasan volando.

CALIFICACIÓN: ***

jueves, 4 de agosto de 2011

El Asesino Dentro De Mí


El estadounidense Jim Thompson (1906-1977) fue uno de los más grandes escritores de literatura pulp, especializándose en relatos criminales aparentemente banales pero que esconden una profundidad insospechada. Thompson también incursionó en el mundo del cine, llegando a colaborar con Stanley Kubrick en los guiones de ‘Casta de Malditos’ (1956) y ‘Senderos de Gloria’ (1957). Fue justamente el director de ‘Lolita’ (1962) quien describió la novela de Thompson ‘El Asesino Dentro de Mí’ –inicialmente publicada en 1952- como “la historia contada en primera persona más aterradora y creíble de una mente criminal que he encontrado”. Luego de varios intentos frustrados, este inquietante libro ha sido adaptado por el inglés Michael Winterbottom, resultando en el trabajo más polémico de su infatigable carrera, la misma que incluye a las notables ‘Jude’ (1996), ‘Wonderland’ (1999), ’24 Hour Party People’ (2002), ‘In This World’ (2002). A Winterbottom lo han llamado “camaleón” por la desenvoltura que tiene para cruzar géneros y estilos, haciendo gala de una filmografía ecléctica e impredecible, lo que es visto con recelo por los críticos más incondicionales de la “teoría del autor”.

‘El Asesino Dentro de Mí’ narra la historia de Lou Ford (Casey Affleck), un aprendiz de sheriff que se encuentra con la oportunidad perfecta de saldar una antigua deuda personal. Para cobrarse la revancha y salir sin ningún rasguño, Lou invocará a la bestia que dormita en su interior. “Lo malo de vivir en pequeños pueblos es que todos creen que realmente te conocen”, reflexiona Lou antes de que la violencia estalle, cuando todavía no imaginaba desatar el infierno sobre su querida y apacible comunidad tejana. Estamos en la década de los 50, aún no habían ocurrido los atroces sucesos en que se basó Truman Capote para ‘A Sangre Fría’. Todavía era posible creer en la bondad de los extraños, en la inocencia de Norteamérica. El mismo Lou se describe a si mismo como un caballero sureño de valores tradicionales; es uno más entre tantos ciudadanos anónimos y un poco más que eso: carismático y seductor, Lou es capaz de encantar a las mujeres más deseables (su novia, Amy Stanton, le rinde pleitesía) pero también sabe cómo ganarse el respeto y la admiración de sus colegas y vecinos, poniéndose a la altura de los más humildes y de los más poderosos. Nadie sospecharía que es un psicópata.

Todo análisis o comentario sobre ‘El Asesino Dentro de Mí’, por más breve que sea, tendrá que detenerse en la violencia explícita -a ratos intolerable-, que Michael Winterbottom ha filmado con la minuciosidad de un cirujano. Desde que se supo que en este filme las sensuales Jessica Alba y Kate Hudson eran brutalmente castigadas, muchos se abalanzaron a condenar al director de oportunista, un explotador de la violencia. Pero comparar la complejidad artística de ‘El Asesino Dentro de Mí’ con la de ‘Juego Macabro’ es perder cualquier perspectiva crítica. Personalmente me sentí mucho más afectado por la sangre fría, por la falta de compasión de Lou, que por la ferocidad de sus golpizas. Creo que esta película consigue algo muy difícil: acompañar permanentemente a un personaje completamente amoral, un calculador desalmado, que sin embargo tiene el carisma de un dandy. Pero Lou Ford no es Alexander deLarge, el inolvidable antihéroe de ‘Naranja Mecánica’ (1971), y hubiese sido irresponsable forzar la complicidad con un ser tan siniestro, tan concreto en su psicología retorcida. Aún así, hay que destacar que no se trata de una obra truculenta o de atmósfera opresiva, por el contrario, hay mucho de qué disfrutar, desde una intriga que se saborea a cada minuto, hasta el trabajo con la música, que no solo ayuda a ambientar las acciones sino que enriquece el perfil de los personajes. No será para todos los públicos pero ‘El Asesino Dentro de Mí’ es una de las contribuciones más audaces al cine negro del nuevo siglo. 

CALIFICACIÓN: ****

miércoles, 27 de julio de 2011

Scream 4

Wes Craven dijo alguna vez que hacer películas de terror era su maldición para toda la vida. El creador de Freddy Krueger lleva metido casi 40 años en el incomprendido arte de aterrorizar a los espectadores. Desde su mítica ópera prima ‘La Última Casa a la Izquierda’ (1972), pasando por ‘Las Colinas Tienen Ojos’ (1977), ‘Pesadilla en Elm Street’ (1984), y la trilogía original de ‘Scream-La Máscara de la Muerte’ (1996-2000), Wes Craven se ha forjado una de las carreras más respetadas entre los expertos del género, llegando a ocupar un estatus solo comparable al de George A. Romero y John Carpenter, los indiscutibles maestros del terror. Quizás en Europa esto tenga algún valor pero en EE.UU., Craven es raramente considerado como un artista importante, tal vez porque los críticos yanquis nunca han sentido real entusiasmo por el slasher, subgénero del terror que se caracteriza por tener un psicópata destripando a tiernos adolescentes. ‘Masacre en Texas’ (1974), de Tobe Hooper, ‘Halloween’ (1978), de John Carpenter, y ‘Viernes 13’ (1980), de Sean S. Cunningham, son representativas de esta noble escuela. Pero a mediados de la década de los 90, el slasher parecía haber agotado toda su reserva de imaginación, hasta que Wes Craven llevó a la pantalla un guión de Kevin Williamson llamado ‘Scary Movie’, luego rebautizado ‘Scream’. Este suceso inesperado marcó el inicio de una nueva era dorada del slasher, hasta que la antorcha pasó a manos del terror sobrenatural (‘El Aro’, ‘Actividad Paranormal’) y la tortura porno (‘Hostal’, ‘Juego Macabro’). ‘Scream 4’ hace explícito su deseo de superarlas.

Tal vez ‘Scream 4’ no tenga una influencia tan decisiva como sí lo tuvo la película original, pero es la única obra maestra entre sus secuelas. Craven y Williamson han vuelto a los orígenes de la saga, ubicando la historia en el pequeño pueblo de Woodsboro –recordemos que ‘Scream 2’ transcurría en un campus universitario y ‘Scream 3’ se desarrollaba en Hollywood-, último destino en la gira publicitaria del best seller escrito por Sidney Prescott (Neve Campbell), la única sobreviviente de los eventos sangrientos ocurridos 15 años atrás. Sidney parece haberse recuperado de los traumas del pasado, pero apenas pone un pie en Woodsboro, se reanuda el patrón mortal: un lunático con el rostro enmascarado empieza a emular los crímenes y anuncia su intención de matar a Sidney. Junto con Ghostface, regresan algunos personajes cercanos a Sidney (el sheriff Dewey Riley, la ex-reportera Gale Weathers) y asoman otros nuevos, principalmente jóvenes, todos ellos admiradores de la saga de explotación ‘Stab’. “La tragedia de una generación es la burla de la siguiente” sentencia Dewey.

Quizás algunos cinéfilos se pregunten qué sentido tiene una nueva entrega de ‘Scream’. ¿Acaso hay algo nuevo que contar? ¿No todas las películas de terror son más de lo mismo? Tanto Craven como Williamson son conscientes de las limitaciones del género, pero eso parece animarlos a experimentar con todas las posibilidades habidas y por haber, sin dejar de ser fieles a sus personajes más carismáticos, cualidad inexistente en cualquier otro slasher. Desde el arranque, ‘Scream 4’ es un laboratorio de cine puro que se permite falsos arranques y falsos desenlaces, jugando siempre con las expectativas del público. Es también una falsa secuela, un remake no confeso de la primera película, o mejor dicho una relectura, una variación perversa del original. El papel que antes encarnaba Neve Campbell –la chica ingenua y virginal de la escuela- ahora es pretendido por Emma Roberts, quien interpreta a su joven prima. No creo que sea una exageración llamar a ‘Scream 4’ el ‘Eva al Desnudo’ de los slasher. Craven sabe que la clave del cine es la emoción, incluso en una obra de aires posmodernos; su golpe maestro consiste en fusionar el miedo y el humor para crear un espectáculo asombroso.

CALIFICACIÓN: ****

lunes, 25 de julio de 2011

Cars 2

Aunque ‘Cars’ (2006) no figure entre los títulos más celebrados de Pixar, el estudio número 1 de animación digital se reservó el derecho de consagrarle una secuela, algo que no acostumbran hacer los dirigidos por John Lasseter. El resultado es un buen filme para toda la familia, una fantasía no tan alejada del mundo que habitamos, con la salvedad que los humanos han sido reemplazados por automóviles. El más veloz de todos ellos es Rayo McQueen, héroe de la primera película y campeón casi invencible. Ahora McQueen tendrá que defender el título que pretende arrebatarle el italiano Franceso Bernoulli, pero esta vez McQueen no es el héroe, Bernoulli no es el villano y ‘Cars 2’ tampoco es una película de competencias deportivas. Lasseter quiso hacer una continuación de ‘Cars’ pero sin tener que repetir la misma película,  por lo que prefirió cederle el protagonismo a Mate, el leal y torpe amigo de McQueen, quien es arrastrado en medio de una intriga de espías sacada de Ian Fleming. ‘Cars 2’ no es más de lo mismo, pero el resultado es ligeramente inferior al original, algo que los críticos de EE.UU. no parecen haber perdonado, peor aún si Pixar venía de maravillar con ‘Toy Story 3’. Aún así, sobren las razones para recomendar su visión, aunque solo sea para deleitar la mirada con su admirable diseño visual. El episodio en Japón es de antología.

CALIFICACIÓN: ***

Quiero Matar a mi Jefe

Jason Bateman, Jason Sudeikis y Charlie Day son tres amigos sin nada en común, sin ningún recuerdo colectivo, sin ningún lazo emocional, salvo el desprecio hacia sus respectivos jefes. De un momento a otro, entre trago y trago, discuten la posibilidad de eliminarlos físicamente, como una solución práctica a sus problemas. Cuando uno de ellos se atreve a dudar si valdrá la pena semejante esfuerzo (porqué contratar a un sicario cuesta plata), aparece de la nada un pobre hombre que siempre obedeció las órdenes de sus superiores y ahora debe ganarse la vida en el baño de los caballeros. Esa aparición grotesca es la justificación psicológica para continuar con el plan criminal. La cínica ‘Quiero Matar a Mi Jefe’ es ese tipo de comedia negra que reparte chistes fáciles como caramelos en Noche de Brujas. Aunque se llene la boca con referencias cinéfilas, el director Seth Gordon solo tiene en la cabeza el modelo exitoso de ‘¿Qué Pasó Ayer?’, o “cuando los yuppies se portan mal y se dejan llevar por sus bajas pasiones”. Incluso se repite la toma de los amigos avanzando en cámara lenta hacia la cámara, como una pandilla salvaje a punto de inmolarse. El problema no es la incorrección política o el humor gamberro en sí mismo, sino la falta de estilo, de una mirada crítica que le de sentido a tanta payasada. Es difícil tomarse a la ligera una farsa tan burda, tan ilógica, que encima apela a nuestra complicidad. Las caracterizaciones son igual de horribles.

CALIFICACIÓN: *

jueves, 14 de julio de 2011

Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Parte II

I.

La franquicia cinematográfica de Harry Potter llega a su último capítulo, diez años y ocho películas después de haberse iniciado con estruendo. No conozco ningún otro caso de una serie de Hollywood tan longeva y tan taquillera al mismo tiempo. Hay toda una generación que ha crecido bajo la sombra del mago anteojudo, jóvenes con derecho a sufragio que seguramente se aventarán a los cines para presenciar lo que ellos consideran el fin de una era. “¿Dónde estuviste cuando se terminó ‘Harry Potter’?” será una pregunta obligatoria en los años venideros. Los más cínicos asumirán la segunda parte deLas Reliquias de la Muerte’ como el inevitable sacrificio de la gallina de los huevos de oro (¡ahora en glorioso 3D!), pero hay otro público que saldrá conmovido de la experiencia, tal vez porque, cuando caiga el telón, parte de su infancia se habrá ido con ella. El autor de estas líneas hubiese preferido que la despedida tuviese lugar a mediados de la década pasada, cuando Alfonso Cuarón y Mike Newell hicieron madurar al crío de J.K. Rowling y Chris Columbus con finas pinceladas de angustia adolescente, pero eso no ocurrió porque la naranja más jugosa de Warner Bros. aún tenía abundante pulpa para ser estrujada. Para bien o para mal, íbamos a tener que esperar hasta el 2011.

II.

Cuando se anunció que la adaptación cinematográfica de ‘Harry Potter y las Reliquias de la Muerte’ sería dividida en dos entregas, muchos especulamos si el director David Yates había vendido su alma al demonio. ¿Acaso no era la manera más descarada de explotar comercialmente un producto perecedero? ¿O era el indicio de que un ‘Harold Potter’ se cocinaba secretamente en la imaginación de un ejecutivo perezoso?  Tal vez ambas interrogantes tengan una respuesta afirmativa, pero eso no resta méritos al “saber hacer” de David Yates, a su oficio como artesano extremadamente aplicado y no carente de ambiciones artísticas. El inglés Yates había asumido la conducción desde la fallida ‘Harry Potter y la Orden del Fénix’ (2007), la más caótica de toda la saga, por lo que el futuro no pintaba color de rosa para todos aquellos que nunca hemos leído –ni leeremos- una sola línea escrita por J.K. Rowling. No sorprende que la autora haya declarado a ‘La Orden del Fénix’ como su favorita: es la más fiel, la más literaria, y justamente la más plomiza para alguien completamente ajeno al culto. Pero Yates tuvo buenos reflejos y se recuperó con la estimable ‘Harry Potter y el Misterio del Príncipe’ (2009), la misma que acababa con la trágica muerte de Dumbledore (Michael Gambon).

III.

El principio del final empezó un año atrás con ‘Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Parte I’, una aventura tenebrosa que a pesar de no sumar nada sustancial a todo lo hecho anteriormente, cumplía con elevar la expectativa y nos dejaba en un lugar angustiante: el malvado Lord Voldemort avanzaba en sus objetivos mientras que Harry Potter perdía al elfo Dobby, su amigo de la infancia y uno de los cadáveres más llorados en la historia de los multicines. La secuela empieza exactamente en ese punto, pero ya no hay tiempo para guardar luto porque las bajas son cada vez más cuantiosas y la atmósfera se ha vuelto tan enrarecida, tan sombría, que parece el arribo del Apocalipsis, con todo lo que ello conlleva en dimensiones cósmicas. Felizmente tampoco nos detenemos en los “conflictos” sentimentales de nuestros jóvenes héroes: el aspecto pasional ocupa un segundo plano y la prioridad es sobrevivir. Por fin hemos llegado a la hora de la verdad, cuando no hay nada más real que encarar la mortalidad. Ninguna película de la saga había contemplado la muerte con tanta determinación, al punto que podemos considerarla como una reflexión sobre el fin de todas las cosas que amamos. Hay un aspecto espiritual en ‘Las Reliquias de la Muerte Parte II’ que francamente impresiona. Por eso mismo, no puedo dejar de lamentar la inclusión de un epílogo de los más desanimado y pueril, un penoso intento por retornar a la inocencia de antaño y de paso advertir que J.K. Rawling y Warner Bros. tan solo pretenden descansar por unos lustros.

CALIFICACIÓN: ***

domingo, 10 de julio de 2011

El Guardián del Zoológico


Para ser una película sobre animales que hablan, no está mal esta comedia de Frank Coraci, director de confianza de Adam Sandler desde ‘La Mejor de Mis Bodas’ (1998). Pero aquí la estrella es Kevin James, mientras que Sandler funge de productor y hace la voz de un mono capuchino. Lástima que no podrá escuchar a Sandler, Sylvester Stallone, Nick Nolte o cualquier otro actor con diálogo ya que todas las copias llegaron dobladas. A pesar de verla en condiciones tan indeseables, me alegra haberme tomado la molestia. Lo más importante que debe saber es que este parque esta abierto para visitantes de todas las edades, incluso para aquellos que no quieren saber nada con jirafas o elefantes que conversan, cuentan chistes y han llamadas burlonas por celular. Hay que reconocer que más allá de apelar a los animalitos, al humor físico y atolondrado, ‘El Guardián del Zoológico’ se acerca más al universo de los adultos que al de los niños. La búsqueda del amor, la dependencia del dinero, la protección de la inocencia en un mundo materialista…la película de Coraci trata sobre todo ello con una sonrisa amable y un poco idiota. Pero no se tome tan en serio: déjese “humanizar” por los animales salvajes, y aprenda a gozar líneas tan absurdas como “¡rema gorila, rema!”.

CALIFICACIÓN: ***

Masacre en Cadena


Impresentable cinta de horror, de esas que encuentras haciendo zapping en la madrugada. ‘Masacre en Cadena’ quiere llevar el slasher a la era 2.0, con un asesino en serie que elige sus víctimas entre sus contactos virtuales. Olvídense de Jason Voorhees, Michael Myers o Freddie Krueger. Este psicópata no actúa por venganza sino por despecho: si borras de tu correo sus cadenas de emails, él te buscará para descuartizarte. Un argumento tan ridículo solo podía salvarse con un generoso sentido del humor, pero el director Deon Taylor no solo cree que está filmando un clásico como ‘Scream’ sino que además quiere “hacernos pensar” con estadísticas y alarmas apocalípticas sobre la influencia de la tecnología en la sociedad actual. Lo único que se salva de este espanto son las escenas en las que aparece el notable Brad Dourif como un profesor chiflado.

CALIFICACIÓN: *

Priest: El Vengador



Basada en un cómic coreano, ‘Priest’ es una fantasía dark  que aparentemente solo podría interesar a un público joven, amante de las emociones fuertes. Los fanáticos del manga admirarán el prólogo -una secuencia de animación cruda y sangrienta-, el diseño arquitectónico de la ciudad gobernada con mano dura por la iglesia católica, las peleas en cámara lenta, los horribles monstruos hechos por software. Habrá otros que sabrán apreciarla como un western post-apocalíptico, con homenaje explícito a ‘The Searchers’ (1956), donde no puede faltar un tren. Pero quizás lo más especial sea la hondura del protagonista (Paul Bettany, especialista en ángeles caídos), más un guerrero curtido que un héroe de acción, acosado por culpas y remordimientos. Salvando las distancias, Paul Bettany y Maggie Q no están lejos del Chow Yun-Fat y Michelle Yeoh de ‘El Tigre y el Dragón’ (2000). Un argumento como este -con curas que reparten patadas a lo ‘Matrix’-, pudo caer en el ridículo, pero ‘Priest’ cree lo que cuenta y eso es muy positivo. El director Scott Charles Stewart es un experto en efectos especiales que curiosamente le da más importancia a la composición visual de las imágenes que a los trucos de posproducción. Michael Bay podría aprender dos o tres cosas de este noble artesano.

CALIFICACIÓN: ***