sábado, 17 de septiembre de 2011

Noche de Miedo

En 1985 se estrenó ‘La Hora del Espanto’, escrita y dirigida por Tom Holland, una pequeña película de terror que causó sensación entre el público adolescente, ya que los convertía en protagonistas de una historia de vampiros. Por supuesto, esto fue mucho antes que ‘Crepúsculo’ romantice a los descendientes de Drácula, cuando la mejor defensa era una estaca, un crucifijo y un collar de ajos. Era cuestión de tiempo para que este clásico de culto tenga una nueva versión, aunque del original solo queda la premisa: un joven común y corriente descubre que su misterioso vecino es un vampiro, algo que nadie estará dispuesto a creer, excepto un experto en las artes ocultas. Pero la personalidad de los personajes no es la misma (ahora Peter es un integrado al sistema, su aliado es una celebridad de Las Vegas con pinta de rockero), los acontecimientos tampoco han sido duplicados (el villano sabe desde el inicio que está siendo observado), lo que no es necesariamente un defecto, pero en vista de los resultados habría que preguntarse porqué se molestaron en modificar lo que antes funcionaba. ‘Noche de Miedo’ confirma eso de que más no es necesariamente mejor, de que los efectos por computadora no asustan a nadie, de que Hollywood no sabe qué hacer con Colin Farrell.  

CALIFICACIÓN: *

Baarìa

Hubo una época en la que nombres como Fellini, Visconti, Antonioni y Bertolucci garantizaban la presencia del cine italiano en casi todas las salas del mundo. Hoy siguen habiendo buenos directores –Bellocchio, Olmi, Moretti- pero el único que es capaz de colocar sus películas en el mercado internacional es Giuseppe Tornatore, el hijo predilecto de la industria –o lo que queda de ella- desde su arrollador éxito con ‘Cinema Paradiso’ (1988). Lo irónico es que la credibilidad artística de Tornatore está seriamente mellada -‘Malena’ (2000) y ‘La Desconocida’ (2006) así lo confirman-, pero el hombre sigue gozando de carta blanca para emprender superproducciones como ‘Baarìa’, un fresco histórico que ha costado la friolera de 25 millones de euros. Un presupuesto tan abultado tiene que lucirse en la dirección artística –calles, plazas y ciudades antiguas han sido meticulosamente reconstruidas en estudio-, en el vestuario, en el maquillaje, en las tomas con grúa y en la música de Ennio Morricone. Pero de creatividad artística no queda nada. ‘Baarìa’ es un pobre pretexto para lucir las maravillas turísticas de Italia, para convencernos de que sus niños pobres son los más tiernos, de que su pueblo es sentimental y cinéfilo sin remedio, y que la política es lo único para lo que son negados.

CALIFICACIÓN: **

viernes, 16 de septiembre de 2011

Medianoche en París

El protagonista de la película número 41 de Woody Allen responde al nombre de Gil Pender (Owen Wilson), un escritor norteamericano que llega a París acompañando a su novia (Rachel McAdams) y a sus futuros suegros en un viaje de placer y negocios. En este punto, el mayor conflicto de Gil es decidir si seguirá trabajando como guionista en Hollywood –cosechando elogios e importantes sumas de dinero- o si lo dejará todo para perseguir su sueño de convertirse en autor literario –una empresa arriesgada, tanto en lo económico como en lo artístico. La belleza y la Historia que encuentra en cada rincón lo distraen momentáneamente de las decisiones importantes –entre ellas, su inminente matrimonio- pero será la misma París, a la que tanto idolatra, la que intervendrá mágicamente para que Gil confronte la realidad y tome las riendas de su propio destino.

Hasta aquí, ‘Medianoche en París’ no parece justificar, con su argumento de comedia intelectual, de que haya recaudado más de $100 millones alrededor del mundo, una cifra inédita en la carrera de Woody Allen. En el papel, se trata de una variación más de sus típicos temas y obsesiones –la magia y la fantasía como escape de la rutina, la evocación idealizada de un lugar y una época lejana, la vocación del artista y su lugar en el mundo-, situaciones ya exploradas en ‘La Rosa Púrpura del Cairo’ (1985), ‘Alice’ (1990) o ‘Los Enredos de Harry’ (1997), por mencionar algunos ejemplos, pero ni siquiera el cine de Woody Allen –tan fértil en diálogos y comentarios agudos- depende tanto del guión. La explicación a este suceso inesperado habría que buscarlo en otro lado: en su talante musical, en la calidez de su fotografía, en su humor relajado, en la interpretación romántica de Owen Wilson, tan necesitado de amigos que comprendan su melancolía.
 
‘Medianoche en París’ es la historia de un soñador que conoce la ciudad de sus sueños, y lo que es mejor, descubre que aquello de que “el pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado” puede ser asumido al pie de la letra. Estar en presencia de tus ídolos, de tus héroes desaparecidos, es el sueño de cualquier amante del arte en general, de cualquier persona que se haya conmovido con lo que es capaz de producir la imaginación. Solo aquellos que añoren la existencia hoy en día de un Luis Buñuel o de un Scott Fitzgerald, podrán comprender porqué esta fábula, aparentemente ligera y poco grave, entraña un deseo tan fuerte como inalcanzable. Porque uno no sale de ‘Medianoche en París’ como si hubiera visitado un museo o un cementerio, sino como si hubiera bailado y bebido toda la noche al lado de Cole Porter y Salvador Dalí; ellos han dejado de ser cadáveres, ni siquiera son fantasmas, sino personas mucho más reales y vivas que la mayoría de las que caminan por las calles. Gracias al arte de Woody Allen, la muerte ha sido derrotada por un breve espacio de tiempo, a la manera como Ernest Hemingway concebía el amor.   

CALIFICACIÓN: *****

viernes, 9 de septiembre de 2011

El Inca, La Boba y el Hijo del Ladrón

El experimentado guionista Ronnie Temoche tuvo que esperar varios años para debutar oficialmente como director de cine, siendo quizás el último de su generación –aquella que debió asumir un rol protagónico en la década de los 90- en concretar el sueño del largometraje. Podemos afirmar con satisfacción que el reto de hacer una película peruana que valga la pena es, hoy por hoy, un poco más exigente: Claudia Llosa, los hermanos Vega, Héctor Gálvez, entre otros, han demostrado que nuestra cinematografía es capaz de competir en las grandes ligas, que las puertas de Cannes, Venecia y Berlín no tienen porqué estar cerradas para nuestros compatriotas. Da gusto que afuera hablen del cine de tu país -bien o mal, ya dejó de ser un rumor o un chiste cruel- pero tampoco podemos pecar de triunfalistas. Por eso, cuando veo la ópera prima de Ronnie Temoche, saco la conclusión de que hoy se hace mejor cine en el Perú, pero también de que recién estamos a mitad de un largo camino hacia la excelencia. Hay talento pero hace falta pulirlo.

Desde la elección del título, ‘El Inca, La Boba y el Hijo del Ladrón’ se propone diferenciarse del cine peruano más convencional y falto de ideas, aquel que a corto plazo trajo un poco de taquilla, pero que a la larga terminó sepultando su reputación. A saber, esta no es una película de género, tampoco aparecen conocidas figuras del teatro o de la TV, la mayoría de las escenas son en exteriores, la geografía es costera pero sin atractivo turístico, incluso muchos limeños desconocerán las calles de su propia ciudad.   Los personajes no se caracterizan por hablar mucho o por ser ingeniosos en sus comentarios, por lo que la mayoría de diálogos son simples y escuetos. Tampoco hay un gran argumento dramático ya que son tres historias mínimas que se narran en paralelo: la de un veterano luchador del cachascán llamado El Inca (Carlos Cubas), la de una chica enamoradiza llamada La Boba (Flor Quesada) y la del Hijo del Ladrón y su novia embarazada (Manuel Baca y Evelyn Azabache, respectivamente). Todos ellos abandonan sus lugares de origen y marchan a Lima en búsqueda de un nuevo comienzo.

Pese a que toma distancia de los lugares comunes y de los ganchos comerciales, ‘El Inca, La Boba…’ no es una obra hermética o de difícil comprensión para el público. Todo lo contrario, se podría decir que tiene la simplicidad de una fábula, la ligereza de un relato picaresco. Cualquiera puede encontrar en el rostro del Inca un misterio, en la personalidad de la Boba sensualidad, en el porte del Hijo del Ladrón aflicción. No hacen falta tramas cuando tienes ese tipo de presencias. Temoche sabe que el verdadero patrimonio de la película está en la humanidad de sus actores no profesionales, y los filma con respeto, con cariño, al punto que su condición de gente pobre pasa a un segundo plano. Por supuesto que son los grandes olvidados del progreso, pero sus carencias afectivas causan heridas más profundas que cualquier bastonazo de la policía. Eso no quiere decir que sean generosos y nobles dada su condición humilde. Porque así como algunos de ellos pueden ser encantadores –como la pastora anciana (Ana Cecilia Natteri) que aparece de la nada en medio de la noche-, la mayoría de veces tropezamos con sujetos violentos, abusadores, intimidantes, como el vecino desconfiado que interpreta Jorge Rodríguez Paz, encargado de traer abajo las ilusiones hogareñas del Inca. Los conflictos dramáticos son algo abstractos pero el humor popular y la inocencia de los personajes hacen disfrutable la película, que además se anota sólidos puntos en el departamento técnico, por ejemplo música (Pochi Marambio) y fotografía (Micaela Cajahuaringa). Lástima que el desenlace sea tan torpe y apresurado, cometiéndose el error de reunir a los protagonistas de las tres historias en un mismo lugar. Aunque no alcance para sorprender al mundo, siempre es bienvenido un cineasta peruano con actitud.

CALIFICACIÓN: ***

Terror Bajo la Nieve

“Tenemos un helicóptero y un oso polar disecado”. Es posible que el productor le haya dicho esto al director-guionista Mark A. Lewis antes de empezar a concebir la película. Nos encontramos ante la típica película de terror de bajo presupuesto, de esas que nunca habríamos escuchado de no haber llegado a la cartelera peruana. Como siempre, las víctimas son jóvenes inocentes que meten sus narices en el lugar y en el momento equivocado. Uno a uno serán exterminados, hasta que solo quede con vida el personaje más carismático e inteligente, quien sostendrá un duelo a muerte con el o los responsables del baño de sangre. Es cierto, esta película la hemos visto antes y mejor. Sin embargo, hay que anotar que ‘Terror Bajo la Nieve’ tiene sus excentricidades, como introducir al género expresiones como “bioterrorismo” y “bichos prehistóricos”. Esas son cosas que no se ven todos los días, por lo que nos encontramos ante un raro cruce del primer David Cronenberg con ‘La Verdad Incómoda’ de Al Gore. Si usted es activista medioambiental, quizás le interesará verla, pero los demás mortales podremos omitirla sin consciencia de culpa. ¿Qué hace allí Val Kilmer? Pregúntenle a su manager.

CALIFICACIÓN: **

viernes, 2 de septiembre de 2011

La Doble Vida de Walter

“Esta es una foto de Walter Black…”, es lo primero que escuchamos decir a un narrador omnisciente que nos introduce en el drama del protagonista: un ejecutivo de mediana edad que ha caído abismalmente en las garras de la depresión, convirtiéndose en un fantasma, en una triste sombra de la persona que fue alguna vez. Walter Black (Mel Gibson) es una carga para su familia y una amenaza para sí mismo. Cuando su sufrida esposa (Jodie Foster) decide abandonarlo, Walter intenta suicidarse, pero es rescatado a último minuto por un aliado inesperado: un castor de marioneta. No hacen falta mayores explicaciones cuando se tiene un concepto tan asombroso, de esos que abren un abanico de posibilidades narrativas, pero la película de Jodie Foster conoce bien el rumbo y apunta directamente al fondo emocional. Ciertamente el argumento es extraño, parece sacado de una comedia absurda, pero se trata de un drama familiar asentado en las relaciones humanas, al igual que ‘Mentes que Brillan’ (1991) y ‘Home for the Holidays’ (1995), los anteriores trabajos de Foster como directora. Pocos hubieran apostado que la historia de un hombre maduro obsesionado con un muñeco pudiera ser tomada en serio.

“Esta es una foto de Walter Black…” insiste el narrador en off, pero ahora nos hallamos en otro momento de la película. Walter ha logrado sobrellevar su depresión apoyándose en el Castor, pero a costa de un precio elevado: el alejamiento de sus seres queridos.  Hombre y títere se han vuelto uno solo, se acompañan a cada rato y a todos lados, pero lo que no está claro es quién hace hablar a quién. Lo que en un principio podía tener algo de gracia, incluso ser aceptado como la excentricidad un millonario chiflado, ya no provoca ninguna sonrisa sino honda preocupación. El Castor ha suplantado a la familia y la depresión de Walter está cada vez más cercana a locura. ¿Estaremos a puertas de un drama clínico? La respuesta quizás sea afirmativa para el que quiera verlo de esa manera (¡cuántos cine-forum saldrán de ella!), pero los que apenas estamos interesados en la psiquiatría sacaremos nuestra propia lectura y será tan válida como la de un experto. Sospecho que para Jodie Foster este escenario hipotético es el más deseado. Existe un equilibrio entre la rigurosidad científica del caso y las necesidades dramáticas del filme. Romantizar una enfermedad mental es común en Hollywood, pero ‘La Doble Vida de Walter’ no es una película complaciente. Es sincera hasta que te llega a doler.  

Revisando las críticas en contra (un ejercicio que acostumbro hacer), me he quedado con la impresión de que coinciden en un punto específico: una premisa tan extravagante, exigía una puesta en escena igual de impredecible, como si en manos de un autor más provocador (Lynch, Solondz, pónganle el nombre que quieran), esta obra hubiera sido un derroche de creatividad. ¿Se puede acusar a ‘La Doble Vida de Walter’ de ser impersonal? ¿O acaso podemos hablar de un prejuicio hacia los melodramas familiares? No olvidemos que este debía ser el reality de Mel Gibson, su exorcismo público, su oportunidad de soltar su verdadero “yo” ante las cámaras. Pero Walter Black, con todas sus manías y defectos, está lejos de ser el sujeto indeseable que los medios han convertido al actor de ‘Mad Max’ (1979). El esperado freak show nunca llega a celebrarse, en cambio somos testigos de la soledad de un hombre incapaz de abrazar la vida y que sufre por ello. La posibilidad de un final feliz es cada vez más improbable para el desdichado Walter, y hay que darle la razón a su hijo mayor (una versión más joven y más sabia de su padre) cuando afirma, sin amargura, que “las cosas no siempre salen bien”. Entonces, cuando todo ha fallado, solo queda perdonar al mundo, perdonarse a uno mismo, y reconocer que la humanidad tiene derecho a ser imperfecta.

CALIFICACIÓN: ****

Juego de Traiciones

Basada en una historia real, este thriller político cuenta la historia de Valerie Plame (Naomi Watts), una agente secreta de la CIA cuya identidad fue filtrada a los medios cuando aún se encontraba en actividad. Esta información fue propagada por orden del gobierno, como represalia a las denuncias del esposo de Valerie –el diplomático Joseph Wilson (Sean Penn)- quien acusó al presidente George W. Bush de fabricar pruebas para justificar la invasión de Irak. Estamos ante la típica película de denuncia y lucha contra el sistema, al estilo de Hollywood. Los halcones de derecha no querrán saber más sobre ‘Juego de Traiciones’ –posiblemente acusen a Valerie Plame y a Joseph Wilson de ser “caviares”-, pero eso no quiere decir que sea necesariamente una buena película. Hay que reconocerle oficio y buenas actuaciones, por allí un uso oportuno de las fuentes periodísticas verdaderas –es ficción, pero la documentación es aprovechada a la manera de un documental-, pero se echa de menos densidad dramática, profundidad en el retrato de la vida conyugal (resulta increíble que la presencia de los hijos pequeños apenas se note). Todo pasa demasiado rápido, no hay momento para la pausa, como si en la sala de montaje se hubieran propuesta cortar las tomas cada 5 segundos. Este método puede funcionarle al director Doug Liman con ‘La Identidad Bourne’ (2002) y ‘El Señor y la Señora Smith’ (2005) –qué curioso, todas son de espías- pero cuando no hay balaceras ni persecuciones, hay que esforzarse por ser más comprometido con los personajes. Al final, mucho ruido y pocas nueces; es una carrera por saber quién es el mejor patriota.

CALIFICACIÓN: **