viernes, 9 de septiembre de 2011

El Inca, La Boba y el Hijo del Ladrón

El experimentado guionista Ronnie Temoche tuvo que esperar varios años para debutar oficialmente como director de cine, siendo quizás el último de su generación –aquella que debió asumir un rol protagónico en la década de los 90- en concretar el sueño del largometraje. Podemos afirmar con satisfacción que el reto de hacer una película peruana que valga la pena es, hoy por hoy, un poco más exigente: Claudia Llosa, los hermanos Vega, Héctor Gálvez, entre otros, han demostrado que nuestra cinematografía es capaz de competir en las grandes ligas, que las puertas de Cannes, Venecia y Berlín no tienen porqué estar cerradas para nuestros compatriotas. Da gusto que afuera hablen del cine de tu país -bien o mal, ya dejó de ser un rumor o un chiste cruel- pero tampoco podemos pecar de triunfalistas. Por eso, cuando veo la ópera prima de Ronnie Temoche, saco la conclusión de que hoy se hace mejor cine en el Perú, pero también de que recién estamos a mitad de un largo camino hacia la excelencia. Hay talento pero hace falta pulirlo.

Desde la elección del título, ‘El Inca, La Boba y el Hijo del Ladrón’ se propone diferenciarse del cine peruano más convencional y falto de ideas, aquel que a corto plazo trajo un poco de taquilla, pero que a la larga terminó sepultando su reputación. A saber, esta no es una película de género, tampoco aparecen conocidas figuras del teatro o de la TV, la mayoría de las escenas son en exteriores, la geografía es costera pero sin atractivo turístico, incluso muchos limeños desconocerán las calles de su propia ciudad.   Los personajes no se caracterizan por hablar mucho o por ser ingeniosos en sus comentarios, por lo que la mayoría de diálogos son simples y escuetos. Tampoco hay un gran argumento dramático ya que son tres historias mínimas que se narran en paralelo: la de un veterano luchador del cachascán llamado El Inca (Carlos Cubas), la de una chica enamoradiza llamada La Boba (Flor Quesada) y la del Hijo del Ladrón y su novia embarazada (Manuel Baca y Evelyn Azabache, respectivamente). Todos ellos abandonan sus lugares de origen y marchan a Lima en búsqueda de un nuevo comienzo.

Pese a que toma distancia de los lugares comunes y de los ganchos comerciales, ‘El Inca, La Boba…’ no es una obra hermética o de difícil comprensión para el público. Todo lo contrario, se podría decir que tiene la simplicidad de una fábula, la ligereza de un relato picaresco. Cualquiera puede encontrar en el rostro del Inca un misterio, en la personalidad de la Boba sensualidad, en el porte del Hijo del Ladrón aflicción. No hacen falta tramas cuando tienes ese tipo de presencias. Temoche sabe que el verdadero patrimonio de la película está en la humanidad de sus actores no profesionales, y los filma con respeto, con cariño, al punto que su condición de gente pobre pasa a un segundo plano. Por supuesto que son los grandes olvidados del progreso, pero sus carencias afectivas causan heridas más profundas que cualquier bastonazo de la policía. Eso no quiere decir que sean generosos y nobles dada su condición humilde. Porque así como algunos de ellos pueden ser encantadores –como la pastora anciana (Ana Cecilia Natteri) que aparece de la nada en medio de la noche-, la mayoría de veces tropezamos con sujetos violentos, abusadores, intimidantes, como el vecino desconfiado que interpreta Jorge Rodríguez Paz, encargado de traer abajo las ilusiones hogareñas del Inca. Los conflictos dramáticos son algo abstractos pero el humor popular y la inocencia de los personajes hacen disfrutable la película, que además se anota sólidos puntos en el departamento técnico, por ejemplo música (Pochi Marambio) y fotografía (Micaela Cajahuaringa). Lástima que el desenlace sea tan torpe y apresurado, cometiéndose el error de reunir a los protagonistas de las tres historias en un mismo lugar. Aunque no alcance para sorprender al mundo, siempre es bienvenido un cineasta peruano con actitud.

CALIFICACIÓN: ***

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